jueves, 19 de diciembre de 2013

R.E.M. - We all go back to where we belong





Una de las últimas veces que escuché esta canción estaba abriendo los ojos por la mañana. Sonaba en una radio en la lejanía, quizás en el piso de arriba, quizás en el de al lado, quizás en mi cabeza. Había dormido poco pero me sentía despierto, con esa sensación de que formas parte del mundo.Despierto, con esa sensación de que la suerte está de tu parte.

En frente de mí, al otro lado de la habitación, estaba la ventana centrada en medio de la pared. Delante una cortina blanca y transparente. Sus alas habían quedado de la noche anterior completamente abiertas, altas, llegando casi hasta el suelo. Un sólo palmo más allá estaban las contras italianas, cerradas, de madera vieja y pintura desconchada. El pulmón de la habitación. Dejaban pasar una tenue luz y el suave fresco de la mañana de mayo mediterránea. Y un olor lejano a café, a café de verdad.

Me puse mi vaquero cortado con tijeras a modo de taparrabos, y aun con los ojos medios cerrados abrí una de las contras. Un hombre joven, trajeado, erguido, y con gafas de sol sacaba su Piaggio de 250 del aquel patio lleno de vegetación. Aquel patio de un edificio de principios del siglo XX en el que dos niños se marchaban al colegio gritando entre ellos. Un patio que dos siglos atrás era un viñedo.

Cincuenta, cien, o quizás quinientos palmos más allá estaba la cancilla recién pintada. Con sus alas abiertas desde hacía más o menos una media hora, separando nuestro micromundo de Carlo Felice. Todo allí era quizás, más o menos, todo forse, todo magari, todo impreciso, todo incierto, todo caos: Todo humano.

Había tráfico y un tranvía lleno de gente, en el que casi ninguno de sus ocupantes había pagado el billete, pasaba en ese momento chirriando contra los railes y haciendo temblar suavemente mis pies, casi imperceptible, como el temblor del paso del tiempo. Al fondo del campo de visión de mis ojos, que seguían abiertos a media asta, la muralla del emperador Aureliano que se extendía con su parque alargado hasta la plaza de la Catedral de San Giovanni.

La Catedral de Roma.




Tiro de la cinta que levanta la persiana. La canción sigue sonando. Una persiana que lleva ahí cuarenta y tres años. Cuarenta y tres años exactos, ni uno más ni uno menos. Cuarenta y tres años desteñida por el humo de trenes y coches.

Llueve. Las baldosas rojas del balcón están mojadas. Una de ellas estallada. Todo es gris y verde. La barandilla blanca. El cactus en la esquina. El aire limpio. No soy de allá, pero tengo claro que tampoco vengo de aquí.  Al fondo del campo de visión de mis ojos, que siguen abiertos a media asta, Ourense. Las vías. El Puente. La lluvia.

Entre la lluvia y yo: mi vida.
Entre mi vida y yo: la lucha constante por la libertad





Buenos Días.